Sin duda, uno de los paseos más atractivos que ofrece la ciudad es el que transcurre por el castizo barrio de Triana y sus aledaños. Nuestro itinerario partirá de la Plaza Nueva, en cuyo centro se alza el monumento ecuestre a San Fernando, fundido en bronce por Joaquín Bilbao en 1924. Esta Plaza ocupa el solar del que fue uno de los Conventos más pujantes de Sevilla, el de San Francisco, demolido en el siglo XIX. En uno de los flancos menores de la Plaza Nueva se abre la neoclásica fachada del Ayuntamiento, según proyecto del arquitecto Balbino Marrón.
Iniciado nuestro recorrido por la calle Méndez Núñez, nos desviaremos momentáneamente por Carlos Cañal para visitar la Iglesia de San Buenaventura. Este templo del siglo XVII está adornado con yeserías que fueron diseñadas por el pintor Francisco de Herrera "el Viejo". Su retablo mayor dieciochesco está presidido por la legendaria imagen de la Inmaculada, conocida con el sobrenombre de "la Sevillana". Frente a la puerta de la iglesia se encuentra el Horno de San Buenaventura, cuyos productos de panadería y confitería gozan de merecido prestigio.
La calle Méndez Núñez nos conducirá a la comercial Plaza de la Magdalena, lugar donde se levantó hasta el siglo XIX el templo del mismo título. Fue entonces cuando la Parroquia de la Magdalena se trasladó al vecino ex-convento dominico de San Pablo, de centenaria historia. Una lápida de su fachada nos recuerda que Fray Bartolomé de las Casas fue aquí consagrado Obispo de Chiapas en 1544. Su interior es de los más suntuosos de Sevilla. Los restos arquitectónicos más antiguos, de época medieval, se localizan en el ábside y en la capilla del Dulce Nombre de Jesús, conservándose sus bóvedas de lacerías sobre trompas. El resto del templo responde a la reconstrucción emprendida por Leonardo de Figueroa entre 1691 y 1709, en el más genuino estilo Barroco.
El patrimonio artístico que se atesora en su interior impresiona por su riqueza y cualificación estética. De entre los retablos, citaremos el que preside la Capilla Mayor, fechable en los años iniciales del siglo XVIII. Desde el punto de vista escultórico, merecen destacarse importantes piezas como la Virgen del Amparo -obra del círculo de Roque de Balduque, imaginero flamenco que trabaja en el segundo tercio del siglo XVI-, la Virgen de las Fiebres -atribuida a Juan Bautista Vázquez "el Viejo" hacia 1565-, el Cristo del Calvario -obra de Francisco de Ocampo en 1611- o el Cristo del Descendimiento -cercano a la producción de Pedro Roldán hacia 1660-. No le queda a la zaga la colección pictórica, en la que pueden hallarse desde obras maestras de Zurbarán -Santo Domingo en Soriano y la Muerte del boato Reginaldo de Orleans, en la Capilla Sacramental-, hasta diez muestras del genio de Valdés Leal, guardadas en la Capilla de la Quinta Angustia.
Junto a la Parroquia de la Magdalena se encuentra la Capilla de Montserrat, donde reside la Hermandad penitencial del mismo nombre, que procesiona en la tarde del Viernes Santo. La efigie del Crucificado de La Conversión del Buen Ladrón es una de las tallas más celebradas de Juan de Mesa, quien lo esculpió en 1619. La bellísima Dolorosa de Montserrat es una imagen de candelero para vestir, obra conjunta de Juan Martínez Montañés, Guerrero y Mesa en 1608.
Tras atravesar la anchurosa calle Reyes Católicos, cruzaremos el río Guadalquivir por el popularísimo Puente de Triana o de Isabel II, una de las escasas muestras de la arquitectura del hierro que poseemos en la ciudad, junto al cercano edificio del Barranco, en la orilla sevillana. Fue construido en 1845 sobre el mismo emplazamiento del anterior puente de barcas. La Capillita del Carmen, conocida vulgarmente como "El Mechero" por su peculiar morfología, es uno de los símbolos del barrio de Triana. Su realización, en ladrillo en limpio, se debió al arquitecto Aníbal González en 1924-28, respondiendo a un delicado diseño historicista.
La Plaza del Altozano es uno de los centros neurálgicos de Triana. Allí se alza el monumento a uno de los toreros que mayor renombre ha alcanzado en la historia de la tauromaquia: Juan Belmonte.
A la derecha del Altozano podremos adentrarnos por las calles Callao, Antillano o Alfarería, repletas de talleres cerámicos donde pervive la mejor tradición artesana de Triana. Merece la pena recorrer la calle Castilla, para sentirnos sobrecogidos ante dos de las imágenes más queridas por los trianeros: el Nazareno de la O -Pedro Roldán (1685)-, que se venera en la Parroquia de Nuestra Señora de la 0, y el inefable Cachorro -Francisco Antonio Gijón (1682)-, que recibe culto en la Capilla del Patrocinio, cerca de la Isla de la Cartuja, que fue sede de la Exposición Universal de 1992.
La calle San Jacinto es otra vía de singular personalidad, plena de vitalidad y sabor trianero. Junto a sus bares, en los que podremos degustar gambas frescas y manzanilla de Sanlúcar, destacan dos enclaves religiosos: la Capilla de la Estrella, donde brilla con luz propia la hermosa Dolorosa que se atribuye a Martínez Montañés y la Parroquia de San Jacinto, cuya planta y alzado se deben al arquitecto dieciochesco Matías de Figueroa. En la cercana calle de Pagés del Corro destaca el Convento de las Mínimas, erigido entre 1755 y 1760.
Desde el Altozano, entraremos en la calle Pureza, verdadera arteria espiritual del barrio, en la que a fines del siglo XV estaba establecido el floreciente gremio de los jolleros. En su Capilla de los Marineros recibe culto la Esperanza de Triana, ante cuya imagen se postran diariamente cientos de trianeros. Se trata de una efigie de marcado sabor decimonónico, aunque ha sido muy remodelada en nuestro siglo. El Cristo de las Tres Caídas, en un altar lateral, es un Nazareno de dulces facciones, atribuyéndose su factura a Marcos Cabrera hacia 1595.
La Real Parroquia de Santa Ana fue la primera iglesia construida de nueva planta, tras la reconquista de Sevilla por Fernando III el Santo en 1248. En realidad, se trata de una fundación de su hijo, Alfonso X el Sabio, quien la consagró a la Abuela de Cristo por haberle sanado de una enfermedad de los ojos. Su fábrica del siglo XIII ha sufrido diversas alteraciones, siendo quizá la más importante la verificada tras el terremoto de Lisboa de 1755.
Su Capilla Mayor está presidida por un magnífico retablo renacentista, donde se alternan las pinturas de Pedro de Campana con las imágenes de bulto redondo y relieves del flamenco Roque de Balduque. La hornacina central cobija el grupo escultórico de Santa Ana, la Virgen y el Niño, de época gótica, aunque restauradas durante el primer Barroco. Otras interesantes efigies son las del Cristo del Socorro, atribuido a Andrés de Ocampo hacia 1620, el San Joaquín, de Blas Muñoz de Moncada, en 1664, o Madre de Dios del Rosario, del círculo de Juan de Astorga, hacia 1815.
Singular importancia presenta el conjunto de pinturas que alberga esta iglesia, entre las que sobresale la Virgen de la Rosa, ejecutada por Alejo Fernández en el primer tercio del siglo XVI, y que se ubica en el trascoro. También merece la pena que nos detengamos ante la lauda sepulcral de azulejería de D. Iñigo López, realizada por el célebre ceramista italiano Niculoso Pisano en 1503. Por último, admiraremos la gran Custodia procesional de la Hermandad Sacramental de Santa Ana, labrada por Andrés Osorio en 1726.
Merece la pena que rodeemos la Parroquia de Santa Ana para contemplar su airosa torre desde la plazuela de Sacra Familia, tras lo que retornaremos a la calle Pureza. A esta altura se abre la portada de la Casa de las Columnas, verdadero prototipo de arquitectura civil academicista. Por Duarte, saldremos a la calle más emblemática de Triana: Betis, cuyo nombre romano lo tomó prestado del río al que sirve de espléndido mirador. Sus márgenes quedan tachonadas por numerosos bares y restaurantes de marineros nombres, de los que Río Grande es ejemplo acreditado.
Así, hemos venido a desembocar en la circular Plaza de Cuba, donde permanece el edificio del ex-Convento de los Remedios. Abandonaremos Triana por el Puente de San Telmo, desde donde se disfruta de una maravillosa panorámica de ambas orillas del río.
La Torre del Oro permanece como testigo mudo del devenir histórico de Sevilla, de Triana y del Guadalquivir. Su construcción se remonta al siglo XIII, formando parte del sistema defensivo almohade. Esta torre albarrana consta de un cuerpo principal que tiene planta dodecagonal, uno intermedio hexagonal, y el superior -un añadido del siglo XVIII-- circular. En el interior de la Torre del Oro se aloja el Museo Naval, que alberga importante documentación gráfica y escrita sobre la historia náutica de la ciudad.
Desde aquí, podremos acercarnos a la Casa de la Moneda, cuya parcial rehabilitación ha permitido abrir una Sala de Exposiciones temporales. Tras salir por su portada dieciochesca, tomaremos la calle Santander. Aquí se levanta la Torre de la Plata, felizmente restaurada, en la que se observa una intervención cristiana sobre la primitiva obra islámica. En la calle Temprado se alza uno de los conjuntos monumentales más representativos de Sevilla, el Hospital de la Santa Caridad e Iglesia del Señor San Jorge.
Esta institución, cuyos orígenes se remontan al siglo XV, se encuentra íntimamente vinculada a la figura del que fue su Hermano Mayor, D. Miguel Manara y Vicentelo de Leca. Tras apartarse de los placeres mundanos, Miguel de Mañara entregaría su existencia en favor de los enfermos, abandonados y menesterosos. La fundación hospitalaria lleva el sello de su principal mentor, cuyas ideas sobre la vida y la muerte, y la redención del hombre mediante las obras de misericordia, quedaron plasmadas en el programa decorativo de la iglesia, edificada según planos de Sánchez Falconete a partir de 1645. En el citado exorno intervinieron los principales artistas de su tiempo: los pintores Juan de Valdés Leal y Bartolomé Esteban Murillo, el retablista Bernardo Simón de Pineda y el escultor Pedro Roldán, quienes dejaron aquí parte de su mejor producción. Las famosas Postrimerías de Valdés Leal constituyen todo un símbolo de este Hospital en particular, y en general de la mentalidad sevillana del siglo XVII.
Volveremos por la calle Dos de Mayo al Pasto de Colón, donde tendremos ocasión de contemplar una de las construcciones más grandiosas de las acometidas en Sevilla durante los últimos años: el Teatro de la Maestranza, uno de los mayores y mejores espacios escénicos del mundo. Este recinto plurifuncional ha sido diseñado por Aurelio del Pozo y Luis Marín de Terán. Frente al mismo, uno de los kioskos de bebida más animados de la ciudad nos invita a disfrutar plácidamente del entorno sin que, tal como reza su cartel, nos veamos obligados a consumir.
Desde el Paseo de Colón tendremos la oportunidad de asomarnos al barrio del Arenal, adentrándonos por la calle Varflora. Allí está enclavada la pequeña Capilla de la Carretería, donde reside la Hermandad del mismo nombre.
Nuestro paseo terminará en el coso taurino de la Real Maestranza, la Plaza de Toros más renombrada del mundo. La belleza de sus proporciones y lo acertado de su morfología es propio del espíritu ilustrado que la vio nacer. En 1758 Vicente de San Martín iniciaba la labor de cantería finalizándola diez años después; otras mejoras experimentó a finales del pasado siglo y comienzos del presente. La Capilla de la Virgen del Rosario, de traza neobarroca, se inauguró en 1956. En el recientemente abierto Museo Taurino se concentra lo más granado de la tradición taurina hispalense, exponiéndose el interesante patrimonio artístico de la Real Maestranza de Caballería.
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